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penemaker. El blog del amor y el freak, quizás, nada es inmutable

Las andanzas de Darío Persa (XI)

Tardé unos días en volver a ver a Pablo. En aquel momento aún no era consciente de lo que iba a suponer mi encuentro con él. Pero fue entonces cuando comencé a fijarme más en aquel peculiar vecino. Así me di cuenta de que parecía un tipo muy triste. Un cuarentón soltero que parecía habitar en una carcasa vital únicamente movida por la inercia. Un tipo educado, siempre correcto en el trato, pero sin embargo alejado de aquel mundo al que no parecía pertenecer. Un hombre solitario y ajeno a los asuntos de sus congéneres.

Empecé a obsesionarme con él. Le seguía por la calle. Le observaba a todas horas. Traté de aprenderme sus horarios y rutinas para coincidir. Una conversación en el ascensor, una charla en la puerta o una confusión en la portería. Mi mundo fuera del instituto, las chicas y las fiestas empezó a ser aquel hombre que llamaba de forma poderosa mi atención.

Lo que iba descubriendo hasta el momento era todo bastante anodino. Iba a la compra y poco más. La frutería y verdulería, carnicería, pescadería... Todo en su vida parecía un auténtico "rollazo" de campeonato. Y yo no era capaz de entender a qué se dedicaba. De donde sacaba el dinero. Qué era de su vida pasada y actual. Todo en su día a día se reducía a ir a la compra y poco más. Yo no podía comprender cómo alguien se dedicaba únicamente a estar en casa y comprar comida...

Así fue como un día, tras uno de los "casuales" encuentros en el ascensor, conversando sobre lo humano y lo divino, Pablo me ofreció tomar un café cualquier tarde. Yo le dije que encantado, que esa misma tarde podía. Estaba como loco por saber más de aquel ser misterioso. Mi salvador. Mi proyecto de investigación particular...

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