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penemaker. El blog del amor y el freak, quizás, nada es inmutable

Las andanzas de Darío Persa (V)

Resulta que la puerta de mi edificio se había convertido en el bebedero de cerveza particular de cuatro gilipollas con muy mala pinta.

No me dio ninguna buena espina verlos allí. Era raro que se pasasen por mi barrio. Y más extraño resultaba verles beber en dicha zona. No solía ser su lugar de esparcimiento ni mucho menos.

El caso es que me hice el valiente. No me iba a pasar toda la noche esperando que se fueran. A pesar de sus pelos grasientos, sus chupas de cuero negro y sus cigarros de marihuana, no había grandes evidencias de que fuesen unos cabrones. Cuanto me equivocaba.

Cuando estaba a unos diez metros del portal, uno de los cuatro subnormales aquellos fue consciente de mi presencia. Conforme vio que me acercaba con paso decidido, el capullo se puso en pie y vino hacia mi con cara de pocos amigos. Los otros tres le siguieron poco después al trote. En menos de cinco segundos me tenían rodeado y francamente acojonado.

Pero fue peor aún. Mi cara cambió cuando vi que un par de ellos, los que tenían más pinta de imbéciles, sacaron sendas navajas del bolsillo. Tenía un miedo atroz. De hecho, no recuerdo haberlo pasado tan mal en toda mi vida.

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