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penemaker. El blog del amor y el freak, quizás, nada es inmutable

Las andanzas de Darío Persa (II)

El hecho en si no tuvo mucha relevancia en un primer momento. Para mi, claro está. Pero para la escalera de porteras en la que vivíamos mi madre y yo... eso era otro cantar.

La cosa era sencilla. Vivíamos en uno de los nueve bloques que tenía nuestra urbanización. Edificios todos unidos por la obra, pero separados por su portón. Nosotros estábamos en el seis. Y cada uno tenía un total de once plantas.

Pero vamos al meollo. La cosa fue que aquel mes de septiembre, un nuevo inquilino compró el sempiterno "en venta" 11C. Un tipo de unos treintaitantos años. Alto, bien parecido, moreno...

Para mis vecinas, especialmente para las más mayores, que un tipo en edad casadera, que ya debía tener al menos tres churumbeles alrededor, llegase solo a aquel vecindario tan familiar, resultó todo un descubrimiento, además de un shock.

Como es normal, no tardaron en dispararse los rumores. Que si era gay, que si tenía el sida, que si acababa de salir de la cárcel o llevaba ya cuatro divorcios en el cuerpo.

El caso es que el tipo, con el que yo había coincidido ya un par de veces en el ascensor, era bastante agradable y educado. Siempre sonriente, con una palabra amable preparada en la punta de la lengua. Sin embargo, sus ojos marrones desprendían una extraña sensación nostálgica. Su mirada parecía enormemente triste.

En un principio no le di más importancia. Un vecino más. Un motivo más para las ridículas especulaciones de las gallinas cluecas de mis vecinas.

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