La vida de los planetas exteriores
La vida sigue caminando. Nunca había visto nada tan implacable. No se detiene un sólo segundo. No te puedes parar en ningún momento. Después de tantos años, después de tantas experiencias, después de tanto caminar, no te ofrece el más mínimo respiro. Es terrible.
Y el caso es que hay momentos memorables. Diversión. Amigos. Familia. Pero también hay soledad, individualismo, dolor, incomprensión. La vida te da lo mejor, para después arrebatártelo y darte lo peor. Es una broma pesada de dudoso gusto.
Y luego está el cansancio. Si te paras a descansar, igual no te vuelves a subir. Los trenes, las olas, lo momentos pasan, y si no los coges en ese instante, se van para siempre. La vida nunca se para. No te da respiro. No ofrece descanso. No ofrece paz ni reposo. La vida avanza de forma implacable, inexorable, y nosotros debemos decidir cuando correr, cuando andar, cuando gatear o esprintar. Lo que si que no podemos decidir es cuando queremos parar. Parar equivale a la muerte, y la muerte llega cuando llega. No es bueno provocarla, pues tiene mal humor y poco tiempo para bromas.
La vida es muy puta. Pero siempre podemos pagar por ella. Es ruín, pero válido. No obstante, el riesgo siempre está ahí cuando no pagas. Y el riesgo siempre merece la pena cuando sale bien. Y el orgullo que se siente cuando alguien se ha arriesgado y ha triunfado, compensa muchos sin sabores. No obstante, tampoco hay que arriesgarse continua y gratuitamente. Tengamos cabeza y corazón, y avancemos, a ver hacia donde nos lleva esta señora de vida alegre y triste realidad.
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Lasthome -